Los indios Tobas en Rosario, Argentina:
Nuevos pobres urbanos
Por Luis C�sar Bou
Los "tobas" pertenecen a un gran grupo de pueblos ind�genas denominados "guaycur�es". Originalmente habitaban una extensa regi�n del Norte argentino: la zona conocida como "Chaco", t�rmino que en lengua aymar� quiere decir "lugar de cacer�a". Adem�s de la provincia que lleva ese nombre, la regi�n chaque�a abarca total o parcialmente otras cuatro provincias argentinas (Santa Fe, Santiago del Estero, Salta y Formosa), y se extiende hacia el vecino Paraguay. En los or�genes, el Chaco estaba cubierto por inmensos bosques de especies vegetales muy valiosas, como el "quebracho". Los tobas eran un grupo n�made, que como tal viv�a de la caza, la pesca y la recolecci�n; si bien, por irradiaci�n desde la regi�n andina, hab�an adoptado algunos elementos culturales m�s avanzados, tales como la cer�mica, el tejido con fibras vegetales y la cester�a. (1)
A partir de 1880 comenz� la ocupaci�n sistem�tica de los territorios ind�genas por parte del Gobierno Nacional. En el Chaco esta campa�a se extendi� hasta 1919, a�o en que se produjo el �ltimo gran enfrentamiento entre grupos guaycur�es y el ej�rcito. Los fusiles a repetici�n y, sobre todo, el alcohol diezmaron a los ind�genas. Sus territorios ancestrales de caza se convirtieron en inmensos latifundios dedicados, en primer t�rmino, a la explotaci�n maderera. Una sola empresa, con directorio en Londres, "La Forestal", lleg� a acaparar m�s de dos millones de hect�reas s�lo en una provincia de la regi�n chaque�a. (2) La producci�n de tanino o extracto de quebracho, durmientes para loa ferrocarriles y postes para cercos, convirti� en pocas d�cadas el inmenso bosque en un inmenso p�ramo. Un �rbol de quebracho tarda cien a�os en crecer, y a. nadie le interesaba esperar tanto tiempo... Con grandes dificultades, los tobas se adaptaron a una nueva situaci�n mucho m�s opresiva. Muy pocos trabajaron en la industria maderera: en su cosmovisi�n los �rboles de quebracho eran sagrados, y gran parte de sus discordias con el blanco tuvieren en su origen la depredaci�n del bosque. Pudieron continuar pescando en el r�o Bermejito, que atraviesa la regi�n de la provincia del Chaco en donde se asentaron en su mayor�a. Eventualmente, pod�an vender sus artesan�as, pero no es mucho el turismo en esa regi�n que pueda comprarlas; y tambi�n realizar tareas rurales o dom�sticas, en el caso de las mujeres, al servicio de los colonizadores blancos. Pero, sobre todo, fue a partir de la orientaci�n de la regi�n chaque�a hacia la producci�n algodonera, cuando tuvieron mejores posibilidades de subsistencia. Una vez al a�o participaban masivamente en la cosecha de algod�n, lo que les permit�a hacerse con una buena suma de dinero en efectivo. Administrado por las mujeres, ese dinero pod�a alcanzar para cubrir las necesidades m�s imperiosas, hasta la pr�xima cosecha.
El problema serio ser� cuando, en principio por causas clim�ticas, la cosecha fracase. Al no haber alternativas econ�micas, la �nica posibilidad era la emigraci�n. Y la emigraci�n s�lo pod�a ser hacia el Sur, hacia las regiones m�s ricas y desarrolladas de la "Pampa H�meda". Estas emigraciones, peri�dicas y limitadas, cobraron una agudeza inusual a partir de 1982, cuando el Chaco fue afectado por inundaciones sin precedentes. A. la clase pol�tica que gobierna el Chaco no le interesa asistir a los tobas ni brindarles posibilidades de desarrollo aut�nomo. La �nica posibilidad de supervivencia en el Chaco pasa por la agricultura, y esto implica conceder tierras a los indios: el mayor de los disparates en la mente de los terratenientes. El problema indio se resolvi� de una manera mucho m�s simple y econ�mica: pag�ndoles el pasaje a todos los que quisieran irse hacia el Sur.
La situaci�n, ya cr�tica, de los indios chaque�os sufri� un deterioro terminal en los a�os �90: En primer lugar, el avance de las roturaciones hizo que se los expulse de mucha de la poca tierra de que a�n dispon�an. En segundo lugar, y mucho m�s importante, la difusi�n del uso de cosechadoras mec�nicas los hizo totalmente prescindibles para la agricultura.
Durante mucho tiempo no fue rentable para los terratenientes el uso de cosechadoras mec�nicas. Las que exist�an, adem�s de ser mucho m�s caras que la mano de obra india, no eran apropiadas para las variedades de algod�n que se cultivan en el Chaco. Las pol�ticas neoliberales aplicadas a la econom�a y la integraci�n del Mercosur posibilitaron la importaci�n de maquinarias y de tecnolog�a, desde Brasil, a muy bajo precio. Para mediados de la d�cada toda la recolecci�n estuvo mecanizada.
Para las comunidades ind�genas esto signific� el Holocausto. Ser�a una tarea interminable la de describir todas las violencias, atropellos y enga�os que utilizaron los terratenientes que gobiernan el Chaco a fin de "sacarse de encima" a los indios, cuyas tierras usurpaban y que hasta entonces los hab�an enriquecido. Todo esto, por supuesto, justificado ideol�gicamente en el m�s crudo e inconfesado racismo.
Pero si a la violencia lisa y llana siempre se puede oponer alg�n tipo de resistencia (y los indios llevan muchos siglos resistiendo), es muy dif�cil resistir el hambre. Y es m�s dif�cil a�n que los hambrientos puedan, por s� solos, salir del marasmo. Las comunidades ind�genas fueron cercadas por el hambre, y la �nica salida que se les ofreci� fue la de la emigraci�n. Si alg�n d�a llega a escribirse la historia de los indios del Chaco, los a�os que van de 1990 a 1995 ser�n llamados los del "Gran Exodo" hacia el Sur.
A pi�, en �mnibus, en camiones, en trenes de carga, y tambi�n en vagones para ganado, arrendados a tal efecto por los gobernantes chaque�os, llegaron los indios a las grandes ciudades del Sur. Del Chaco pudieron traer solamente la tuberculosis cr�nica, la desnutrici�n de los ni�os, la escabiosis, el dengue y otros bienes por el estilo.
En Rosario:
El hecho de que los tobas eligieran a la ciudad de Rosario, como uno de los principales lugares de asentamiento, se debe principalmente a dos razones: En principio, se trata de la gran ciudad m�s cercana a la regi�n chaque�a, y posee una estructura social lo suficientemente abierta como para no rechazar frontalmente a los reci�n llegados. En otros pueblos y ciudades no se les permiti� asentarse o, directamente, se los expuls� embarc�ndolos de nuevo hacia el Chaco. En Rosario, donde el 100% de la poblaci�n desciende de inmigrantes de diversos or�genes, llegados en �pocas relativamente recientes, los tobas no ser�n bien recibidos pero tampoco son expulsados. Por otra parte, exist�a ya un antecedente de poblaci�n toba asentada aqu� desde bastante antes. En las d�cadas del �50 y �60 un n�cleo importante de indios chaque�os lleg� a Rosario atra�do por la prosperidad industrial que la ciudad ten�a en ese entonces. Se ubicaron en el barrio "San Francisquito", en los m�rgenes de la ciudad. Si bien este grupo logr� en gran medida integrarse al resto de la poblaci�n, no por eso perdi� su identidad �tnica, ni su relaci�n con el lugar de origen. Como es sabido, los lazos de parentesco son muy firmes entre las poblaciones indias. Esto se debe a que originariamente, en las sociedades abor�genes sin estado, todo el sistema pol�tico de control social y de redistribuci�n econ�mica ten�a como base la estructura parental. Las redes familiares entre los tobas de Rosario y los del Chaco permanecieron vigentes y, en los momentos de cat�strofe econ�mica, actuaron como redes de solidaridad social elemental. Los reci�n llegados pudieron as� contar con un m�nimo de ayuda de parte de los afincados en Rosario 30 o 40 a�os antes.
Cuando, a partir de 1982, y como consecuencia de la depredaci�n de los bosques, se inicia un per�odo de grandes inundaciones en el Chaco, los tobas llegaron masivamente a Rosario. No lo hicieron en busca de trabajo ni para una instalaci�n permanente, sino simplemente en busca del refugio y la asistencia que en su lugar de origen se les negaba. Muchos retornaron al Chaco cuando mejoraron las condiciones clim�ticas. Otros se quedaron, ubic�ndose en terrenos bald�os de la ciudad. En el barrio "Empalme Graneros", uno de los m�s pobres, se instal� el n�cleo principal. En Rosario, los tobas pudieron acceder a alg�n grado de asistencia m�dica en los hospitales p�blicos; sus hijos pudieron obtener una comida diaria en los comedores escolares; y tambi�n pudieron acceder a alguna raci�n de comida otorgada por el gobierno municipal. M�s que asistencia social esto es una miserable limosna, pero es mucho m�s de lo que estaban acostumbrados a recibir en el Chaco. De forma tal que el acceso a estos "bienes" favoreci� su instalaci�n permanente en el lugar.
Como consecuencia de todo lo anterior, Rosario result� ser uno de los lugares preferidos para la nueva radicaci�n, luego del Gran Exodo de los a�os 90. la difusi�n de la mecanizaci�n agr�cola en el Chaco hizo que, en muy poco tiempo, surgieran en Rosario grandes campamentos de refugiados. Es dif�cil estimar el n�mero exacto de tobas que llegaron en total, ya que muchos se separaron de sus comunidades y optaron por v�as individuales para la subsistencia. En estos casos es frecuente que se niegue la propia condici�n de indios, como si se tratara de un estigma vergonzoso. Como fuere, podemos estimar en por lo menos 10.000 los tobas que, viviendo en comunidad, hoy est�n radicados en Rosario. N�mero significativo en una ciudad de algo m�s de un mill�n de habitantes.
Estrategias de supervivencia en el nuevo h�bitat:
Los primeros en llegar recurrieron en alguna medida a la mendicidad. El hecho de haber emigrado como consecuencia de las inundaciones favoreci� su acceso a cierto grado de simpat�a y solidaridad por parte del resto de la poblaci�n. Pero esto dur� lo que dur� el fen�meno meteorol�gico, y los reci�n llegados, si quer�an permanecer, se vieron obligados a buscar nuevas alternativas. Es de notar que solamente algunas mujeres terminaron en una mendicidad cr�nica, y siempre es el caso de individuos sin demasiada relaci�n con el grueso de la comunidad. Los ni�os, espor�dicamente, tambi�n pueden mendigar, pero los adultos tienen demasiado orgullo como para pedir nada.
Otro recurso de subsistencia fue y es la venta de artesan�as: cer�mica, cester�a y algunos textiles. En Rosario, los tobas van a tener para estos productos un mercado mucho mayor que el que ten�an en el Chaco. Pero, este recurso tiene varias limitaciones: En primer lugar, las artesan�as ind�genas han sido despreciadas durante siglos por los dominadores blancos del Chaco, lo cual ha tenido como consecuencia la infravaloraci�n de este recurso por parte de los propios indios. A su vez, esto produjo una gran limitaci�n en cuanto a la variedad y calidad est�tica de la producci�n, lo que contribuye a que el nuevo mercado no pueda ser tampoco muy amplio. En segundo lugar, est� el tema de que no siempre pueden los indios vender directamente su producci�n. Las mejores piezas suelen caer en manos de intermediarios, entre los cuales lamentablemente hay que contar a algunos asistentes sociales y etn�grafos, que se quedan con la parte m�s sustancial del negocio.
En el largo plazo, el recurso fundamental termin� siendo la basura. Por un lado, en los desechos domiciliarios los tobas van a encontrar sobras y restos de alimentos que a veces se convierten en la principal comida diaria. Todas las noches puede verse el triste espect�culo de familias enteras que recorren el centro de la ciudad, comiendo all� donde encuentran restos de comida. Por otro lado, la basura tambi�n los va a proveer de vestimenta, calzado y de un ingreso monetario regular. En efecto, los cartones y envases de vidrio y aluminio, recolectados pacientemente y vendidos a precio vil para su reciclado, posibilitan un aporte econ�mico que reemplaza al que antiguamente prove�a la cosecha de algod�n. El problema aqu�, adem�s de la explotaci�n de los revendedores, va a estar en la dura competencia en torno a la apropiaci�n de la basura. El empobrecimiento de los �ltimos a�os ha hecho que la basura sea para muchos un objeto precioso. En torno a ella han surgido "mafias" que se disputan feroz mente su recolecci�n y comercializaci�n. Los tobas, con su car�cter pac�fico y resignado, llevan las de perder en esta lucha, frecuentemente deben conformarse con los residuos menos "ricos" y aprovechables.
La asistencia social para este grupo:
La asistencia social en Argentina ha estado siempre ligada a favores pol�ticos. M�s que a prevenir problemas sociales, el inter�s ha estado centrado siempre en paliarlos mucho despu�s de que se producen. Prevenir un problema otorga muy poco r�dito pol�tico. En cambio, distribuir paliativos y limosnas puede generar una clientela electoral que sume muchos votos. De esta forma, es muy poco lo que los tobas pueden obtener, a nivel oficial, como iniciativas para un desarrollo aut�nomo. Adem�s, muchos de ellos no votan, sea por estar indocumentados o por tener su domicilio legal en otra provincia. Al no votar, no revisten importancia tampoco a la hora de distribuir las limosnas.
Otra cuesti�n que dificulta a los tobas el acceso a la asistencia social es la incomprensi�n religiosa. En efecto, la Iglesia Cat�lica, y sus organismos colaterales, es en Argentina el principal organismo de asistencia social. Pero esa asistencia, tampoco muy abundante y tambi�n dirigida a crear un clientelismo, es fundamentalmente para los fieles cat�licos, y los tobas en su mayor�a no son cat�licos. Los intentos de catequizar a los indios guaycur�es fracasaron miserablemente ya en la �poca colonial: el ritual cat�lico de la misa era f�cilmente asociado a la antropofagia, practicada por los vecinos guaran�es y objeto de un fuerte tab� para los indios del Chaco. Ya en el siglo XX, las iglesias evangelistas pentecostales hicieron su pr�dica entre los tobas: el �xito fue rotundo. El mensaje milenarista de los pentecostales encuentra muy buena acogida entre los marginados.(3) Adem�s, las iglesias pentecostales toleran un mayor grado de sincretismo con las creencias tradicionales. Esto alej� definitivamente a los tobas de la Iglesia cat�lica, y los aproxim� a una actitud pasiva y contemplativa ante la realidad: las injusticias y la miseria son reconocidas y criticadas, pero su soluci�n, que no est� al alcance de loe hombres, reci�n podr� producirse luego de un cambio apocal�ptico.
Recientemente, y en forma individual, algunos fieles cat�licos liderados por una monja franciscana, se han acercado a los tobas para realizar entre ellos una asistencia social primaria. Esto marca un cambio de actitud por parte de algunos sectores de la Iglesia Cat�lica. Pero, en lo institucional, les diferencias religiosas siguen trabando y dificultando la asistencia social a los tobas.
El otro gran problema es que la asistencia social y la educaci�n entre los pueblos ind�genas ha estado siempre, directa o indirectamente, expl�cita o impl�citamente, dirigida hacia la aculturaci�n. Esto tiene que ver con la historia de un pa�s en donde la masa de la poblaci�n desciende de inmigrantes de los m�s diversos or�genes, en donde el indio es considerado, en el mejor de los casos, un extranjero m�s. El objetivo del Estado fue, desde los inicios, el de integrar a esa diversidad en una identidad nacional nueva. La diversidad cultural se aceptaba en el extranjero reci�n llegado, pero no en sus hijos nacidos en el pa�s. La misi�n de aculturarlos estaba a cargo de las instituciones del. Estado, sobre todo el sistema educativo y las Fuerzas Armadas, a trav�s del Servicio Militar Obligatorio. Estas instituciones tambi�n proporcionaban un control m�dico y sanitario y asistencia alimentaria en casos de necesidad. Por fortuna, el Servicio Militar ya no existe, pero el sistema educativo mantiene en gran medida sus caracter�sticas originales. Como consecuencia, los ind�genas argentinos no pueden acceder a una educaci�n en su lengua materna. Esto implica una dificultad tremenda para los ni�os que inician su educaci�n primaria a los cinco o seis a�os. Esta diversidad provoca, en el mejor de los casos, un retraso escolar y, muy frecuentemente, el abandono de todo intento de escolarizaci�n. Si se supera el escollo del idioma, de acuerdo a los planes de estudio vigentes, los ni�os ind�genas deben aprender que los indios argentinos eran salvajes sin cultura y que los generales que conquistaron sus territorios y masacraron a sus ancestros son h�roes a los que hay que venerar. En los �ltimos a�os, el �nico avance que se ha logrado es la introducci�n de maestros biling�es en las escuelas con mucha cantidad de ni�os indios. Pero esto s�lo sirve para facilitar la educaci�n en otra cultura que no es la ind�gena. Y todos sabemos que la aculturaci�n es a la larga sin�nimo de etnocidio.
�Qu� hacer?
Quien haya llegado hasta aqu� en la lectura se har� la misma pregunta que muchos se hacen respecto a las m�s pobres comunidades del Tercer Mundo: �C�mo es que a�n sobreviven? O, mejor, �c�mo es que a�n tienen la energ�a para seguir viviendo? El asombro es mayor cuando se comprueba que, para los miembros de este grupo de humillados y ofendidos la existencia no es concebida como algo penoso. Hay en ellos m�s optimismo y ganas de vivir que entre los opulentos y poderosos. Esto tiene su explicaci�n en la fortaleza cultural de estas comunidades. La transmisi�n y el ejercicio pr�ctico de valores culturales que implican una solidaridad activa dentro del grupo y la familia extensa han sido y son un elemento indispensable para la supervivencia. (4) Esta conducta solidaria ha sido la �nica "Seguridad Social" permanente a la que ha podido recurrir el grupo. De ah� lo pernicioso de la educaci�n escolar y de la absorci�n acr�tica de los mensajes que transmiten los medios de comunicaci�n masivos. Estos valores culturales son, a nuestro juicio, no solamente los que han permitido la supervivencia, sino tambi�n la piedra firme a partir de la cual el grupo puede desarrollarse y superar su situaci�n actual. La acci�n en este sentido deber�a encararse desde al menos dos niveles en forma simult�nea:
1) En el �mbito educativo, por supuesto, deber�a lograrse una instrucci�n en los propios valores, que impida o bloquee la aculturaci�n del grupo. Esto, en el contexto argentino, parece muy dif�cil de lograr, pero no lo es: basta con facilitar que esos valores sigan siendo transmitidos en la forma tradicional, muy eficiente por cierto, en que han sido transmitidos hasta hoy. Desde afuera, lo mejor que se puede aportar es una acci�n educativa que tienda a un mayor conocimiento cr�tico de la sociedad occidental. Pero no hay mejor ense�anza que aquella que parte de la realidad concrete del individuo: lo m�s importante ser�a la creaci�n y puesta en marcha de talleres que funcionen por fuera de la estructura educativa formal. Estos talleres, centrados en el apoyo a determinados proyectos concretos de desarrollo, podr�an implementarse con relativa facilidad y un m�nimo de infraestructura. En principio, creemos que las iniciativas educativas deben acompa�ar a iniciativas econ�micas urgentes. Volveremos sobre esto en el �ltimo punto.
2) En el �mbito econ�mico es urgente una acci�n. que tienda a incentivar emprendimientos comunitarios que, en muchos casos, se encuentran ya en germen:
a) Existen en Rosario experiencias exitosas de cooperativas de "cirujas"(5) Esta cooperativizaci�n permitir�a a los tobas negociar con mucha m�s ventaja los productos que recolectan (sabemos que pueden lograrse precios hasta un 100% superiores), y tambi�n defender mejor sus "territorios" de recolecci�n dentro de la ciudad. Algunos trabajadores sociales han realizado intentos en este sentido, pero no han tenido demasiado �xito. A nuestro juicio, este fracaso se debe a la adopci�n mec�nica del modelo cooperativo occidental, al que siglos de etnocentrismo nos hacen considerar universal. La cooperativa ind�gena deber�a ser dise�ada siguiendo las redes tradicionales de redistribuci�n econ�mica, que son tambi�n las l�neas de parentesco. Esto es perfectamente viable, en tanto la estructura tradicional permanece intacta.
b) Las familias extensas pueden convertirse en unidades de producci�n muy eficientes, reelaborando parte de los productos hallados en la basura. Al respecto, conocemos una experiencia exitosa: A partir del acceso a una tecnolog�a m�s avanzada (una vieja m�quina de tejer) una familia se organiz� para la producci�n y venta callejera de gorros. La materia prima est� constituida por distintas fibras textiles, recuperadas de la basura y debidamente acondicionadas y te�idas. La producci�n de gorros con los colores de distintos equipos de f�tbol, que son vendidos por los hombres en las cercan�as de los estadios, permite a este grupo tener un ingreso muy superior a la media. Este modelo podr�a perfectamente extenderse y ampliarse: cada familia podr�a reciclar un producto distinto (papel, metal, madera, pl�stico, etc.) a partir del acceso y el entrenamiento en la tecnolog�a apropiada. La recolecci�n de los productos podr�a muy bien ser cooperativa, luego se los clasificar�a para su venta o redistribuci�n a las familias para el reciclado.
c) En el largo plazo, las artesan�as tradicionales pueden llegar a ocupar un importante lugar econ�mico y cultural. Aqu� la acci�n educativa puede contribuir en mucho en lo que se refiere a la transmisi�n y depuraci�n de los valores est�ticos ind�genas, as� como en la incorporaci�n de nuevos materiales y tecnolog�as a la elaboraci�n tradicional. Es necesaria y urgente la capacitaci�n de los j�venes en la producci�n de la cer�mica, tejido y cester�a, y pensamos que esto puede resolverse: Primero, integrando estas actividades en la educaci�n formal. En este sentido, ser�a posible formar r�pidamente maestros ind�genas de actividades pr�cticas, que se integren a las escuelas p�blicas. Segundo, organizando talleres en los que espec�ficamente se transmitan estos conocimientos de una generaci�n a otra.
Loa abusos que existen en la comercializaci�n de las artesan�as pueden resolverse tambi�n con una organizaci�n cooperativa que, en este caso, se ocupe ante todo de la venta y distribuci�n de la producci�n. Esto ser�a bastante f�cil de organizar, a partir de alg�n m�nimo de capital. Eliminando la intermediaci�n es factible la participaci�n en distintas ferias artesanales, y tambi�n se puede obtener un lugar para su comercializaci�n permanente en Rosario. Creemos que existe tambi�n un buen mercado exterior para estos productos, en la medida en que se perfeccione su calidad material y est�tica.
� C�mo?
Por lo que esbozamos en el punto anterior, puede verse que existen ricas posibilidades para el desarrollo de los tobas en su nuevo h�bitat urbano. Pero para llevarlas adelante se necesitan:
1) Recursos: es muy dif�cil lograr que se invierta para el logro de un desarrollo aut�nomo. Como ya se�alamos, eso no produce clientelismo ni r�dito pol�tico inmediato. En cuanto a los organismos internacionales y ONGs, es tal el grado de corrupci�n de sus representantes en Argentina que, muy dif�cilmente llega a las comunidades de base un m�nimo porcentaje del dinero que aportan para estos fines. Pero no creemos que esto sea un obst�culo insuperable: los aportes concretos de dinero necesarios son �nfimos, y pueden llegar a obtenerse por suscripci�n. En algunos casos no hace falta dinero en absoluto: como vimos, una vieja m�quina de tejer, encontrada en la basura, pudo servir de base a una pr�spera industria dom�stica. Lo indispensable en ese caso fue que alguien, con los conocimientos adecuados, explicara a los indios qu� era ese aparato que hab�an encontrado y c�mo se utilizaba. Y esto nos lleva a la �ltima cuesti�n.
2) El trabajo social: A nuestro juicio, para el desarrollo aut�nomo de este grupo es imprescindible el apoyo, en la fase inicial, de diversos especialistas (asistentes sociales, educadores, antrop�logos, t�cnicos, artistas, periodistas, etc.). Ninguna instituci�n en Argentina est� en condiciones de proveer esos especialistas ni de motorizar proyectos de esta �ndole en el largo plazo. Por lo tanto, consideramos que, la �nica posibilidad que queda, es la creaci�n de una red extra-institucional que una a los intelectuales dispuestos a realizar un trabajo social concreto. En todas partes hay gente honesta y dolorida por el cuadro de deterioro social en que vivimos. Muchas veces las maquinarias institucionales de las que forman parte (sistema educativo, universidad, salud p�blica, ministerios) no act�an o act�an mal en relaci�n con los fines que debieran tener. Otras veces los fines institucionales altruistas son bastardeados por la corrupci�n o por la manipulaci�n pol�tica de la ayuda social. Pero los individuos que son la base de estas instituciones suelen ser los principales cr�ticos de estas situaciones. Nuestro prop�sito actual es intentar agruparlos en torno a una acci�n concreta a la que puedan aportar con. sus conocimientos, desde dentro o desde fuera de las instituciones a las que pertenecen. Una red de esta �ndole podr�a tambi�n ser un importante grupo de presi�n y de denuncia, indispensable en este momento en que la moda neoliberal pregona el individualismo y la indiferencia ante los problemas sociales.
NOTAS
1) Canals Frau, Salvador, Culturas ind�genas argentinas. Hyspam�rica, Buenos Aires, 1987.
2) Gori, Gast�n, La Forestal. Colmegna, Santa Fe, 1983.
3) Bou, Luis C�sar, El milenio termina otra vez, las nuevas religiones de pobres en la periferia de Rosario, en Firpo, Arturo (Comp.) Nuestra Pobreza. Ross, Rosario, 1997.�
4) Ziegler, Jean, La victoria de los vencidos. Ediciones B, Barcelona, 1989.
5) T�rmino que en Argentina designa a quienes viven de la recuperaci�n de productos de la basura.